19 de julio de 2010

Feria de Burgos. A Perera le deben una

Semana poco taurina. Tan sólo Burgos estaba destinado a animar el cotarro debatiéndose entre la crisis y el futbol, factores externos que erosionan de forma puntual. Sin embargo, a pesar del aviso del año pasado, no se tomaron medidas oportunas, o no ha habido suerte, sobre el factor interno que aleja a los públicos de los toros: el animal a lidiar que con su fallo de falta de fuerzas y raza (el toro de Brugos, como cualquier plaza similar, en cuanto presentación es el de siempre, de pobre a muy pobre) han ido desencantando día a día a un público cada vez más reticente por el conjunto de argumentos apuntados. Reflexión previa.

Las fechas del domingo, previo a San Pedro, y el día después, fiesta oficiosa en Burgos, por el cumpleaños celebrado tradicionalmente de Manuel Díaz “El Cordobés”, han sido las más animadas en taquilla pasando de los tres cuartos de aforo. Esa es la horquilla en que debe moverse un ciclo sobredimensionado en festejos (7), sin crisis o con crisis, con futbol o sin futbol. Primera conclusión.

Después, lo de siempre: carteles atractivos y su armonización. No basta con juntar a tres toreros con cierto tirón.

El público que faltó el día de El Cordobés, con Rivera y Finito, au remate natural es El Fandi: y no quiso, o la empresa no pudo. Y el día de El Fandi —habituado a llenar plazas-, con Perera y Manzanares (lunes, con España descansando en “el mundial”) faltó medio aforo. El cartel no tenía sincronía, iba en mono y en los tiempos que corren, más que sonar el conjunto del cartel en estéreo se necesita sonido cuadrafónico.

Como la gran decepción que supuso la floja entrada del jueves (además de estar pasado de fecha de fiestas) con Morante y Cayetano. Anunciado Aparicio y sustituido por Abellán, que demostró estar en un momento dulce. No será culpa del madrileño que el público se retrajera de acudir a El Plantío.
Más bien que el ruido que hacen en las diferentes ferias los 50 o 100 aficionados “notables” de la ciudad de turno, Madrid y la periferia, “morantistas” y “club de fans” de Cayetano, no son suficientes para la realidad de las “nueces”: meter gente suficiente en la plaza acorde con las pretensiones económicas de los toreros para evitar la “tragedia” permanente de las liquidaciones, a las nueve de la noche que cada vez de forma más habitual define a este espectáculo como “toros y lágrimas”.

Pasados los fastos del domingo pasado, comentados con lujo de detalles en nuestra anterior Divisa, con la mejor entrada del ciclo, las tres orejas de Castella y la buena faena de Talavante a los toros del burgalés Bañuelos, proclamada como la mejor corrida de la feria, la semana deja la rotundidad del momento de Ponce (dos orejas del cuarto toro de La Palmosilla) declarado triunfador de la feria y la seriedad de la trayectoria, firme, de Morenito de Aranda (en hombros) la tarde del martes como el poso apuntado de Miguel Abellán. El Fandi, en su línea, fue otro de los que “a su marcheta” también abrió la Puerta Grande.

Feria en la que cayó herido grave un Miguel Ángel Perera competitivo con ansia de rememorar el pasado reciente. Cornada “pública” y “publicada”, nada intimista, puesto que desde el primer momento se vio con nitidez y preocupación como un chorro de sangre surtía de su pantorrilla y como su media rosa se iba tiñendo, por instantes de forma más espesa, su media rosa de un negro feo, muy feo. Se mantuvo en el ruedo, en contra de los profesionales y público, le pegó otra serie, o dos, e intentó matarlo por dos veces, estando herido varios largos minutos manteniéndose en el ruedo. Circunstancia que abrió un debate y que merece una reflexión sosegada y contextualizada dentro del ejercicio de una profesión que no solo es de riesgo, si no de ambición, orgullo y sobre todo, respeto al público que paga.

En los toros el caso es enredar, como en futbol cada aficionado tiene una alineación, y hablar y no parar.

Llueve sobre mojado, lo cual indica una actitud de convencimiento y no un hecho coyuntural.

Cuando Miguel Ángel Perera arrolló en la temporada 2008 y pudiéndose retirar como máximo triunfador del año a unas cortas vacaciones antes de la campaña americana decidió poner un broche de diamantes que superase al oro que tenía adquirido por méritos propios, además de haber escrito , ya, una página histórica. Quería más y decidió encerrarse en Madrid, octubre, con seis toros en solitario. Es lo que toda la vida se ha compulsado como ambición propia, no solo de las figuras del torero, si no de aquellos que persiguen algo más. Luego todos conocen lo que pasó. Perera se entregó al máximo, iba triunfando, con las dificultades e incomprensiones que implica hacerlo en una plaza como Las Ventas, y en lance sobrevino la cogida: tres cornadas en una. Se mantuvo hasta matar el toro, le quedaban dos en los chiqueros, manando sangre y luego, a los pocos días, tuvo que sufrir varias operaciones y un largo periodo de rehabilitación más la recuperación lógica del sitio y las secuelas que fue más prolijo todavía.

Sus explicaciones y razones ante la división de opiniones sobre si debió seguir en el ruedo o no eran tan sinceras y sencillas como simples y limpias: quería más, todo o nada, aunque lo hecho en ese 2008 y esa tarde ya era mucho, pero quería todo. Era Madrid y el colofón a un ejercicio que le abriría un sitio en la historia de proporciones inalcanzables hasta entonces y en un futuro, si es que no lo había logrado ya.

El pasado lunes sucedió en Burgos. En mitad de la temporada y en un momento de su carrera en que intenta reverdecer los laureles del antaño muy reciente.

Plaza de segunda, una feria más dentro de una programación de actuaciones cuajada de festejos y el más inmediato hoy domingo en Barcelona con un cartel de repercusión, quizá un eco que no tiene Burgos en el devenir de una temporada taurina donde los triunfos son efímeros en el día a día si no se revalidan de forma regular en todos los festejos del carrusel de ferias del verano.
Tenía todos los argumentos para irse a la enfermería como un bravo y un valiente tal y como se produjo la cornada en plena entrega del torero ante un animal incierto. Fue consecuencia de arriesgar en pos del triunfo que estaba consiguiendo, redondear, y pasó lo que pasó: pronóstico grave, dos operaciones y nuevamente en el dique seco; adiós a Barcelona, plaza de primera, y ahora a esperar si llega a Teruel, o “sin anestesia” a una de las citas importantes de la temporada como es Pamplona, eso si llega.
Y se abrió “el melón” de las opiniones casi todas en la misma dirección de la supuesta torpeza.
Pocos o nadie han reflexionado sobre una actitud de gallardía y hombría, de torero cabal, de figura máxima que pasa por lo principal el respeto a todos los públicos.

Si lo hizo en Madrid jugándose todo a cambio de nada, ¿por qué no en Burgos jugarse nada, de prestigio o proyección, a cambio de todo, de su vida y de su temporada? ¿O es que el público de esa tarde no había pagado su entrada por verle?.

Antes que cualquier censura Perera merece un reconocimiento, de gratitud y de grandeza torera. Así se forjaron a lo largo de la historia de la tauromaquia las leyendas de las más grandes figuras. Y en esta época Perera no solo lo es, si no que pretende superarse día a día, a pesar de habladurías de patio de vecindad y los más variopintos intereses creados.

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