Vive Cuba, varias décadas, una vomitiva dictadura que la progresía internacional atenúa cuando no exime, como gran parte de la española.
Tanto ha tirado de la soga, el “castrismo”, que a los numerosos muertos anónimos, víctimas de la tortura —amparados en el silencio del oficialismo diplomático de los regímenes de izquierdas—, el último, Zapata, ha puesto en el escaparate la faz más tenebrosa de Fidel, Raúl y su cuadrilla de banderilleros, picadores y matarifes.
La disidencia clama…en el desierto. Moratinos no estás ni se le espera. Zapatero, como con la crisis, llega tarde, o nunca, y los medios de comunicación españoles son un canto a la pusilanimidad. Del pancismo al fascismo intelectual, solo hay un paso; y muy corto. Los del “no a la guerra” (la de Irak, porque la de Afganistán la entienden como los “geyperman” de la Chacón, o la de “las galaxias” de la Pajín), el sindicato de la “zeja” y demás subalternos —sindicatos, ecologistas coñazo, etc. — están en la cámara por el calor.
Sin el dramatismo, la tragedia, de la abyecta dictadura cubana, la tauromaquia actual vive, de forma larvada, una dictadura oligopolista formada por gran parte de sus profesionales y un extraño mestizaje de autotitulados aficionados que lideran los “sensibles” del “ahe” —duende-, y los “borjamari” del silencio: “silencio y duende”. En el punto de mira, “El Juli”.
“El Juli” es la disidencia. La trasgresión de lo hipócrita, de lo “políticamente correcto”. El becerrista que eclipsaba figuras, que cobrara un millón de pesetas por exhibición, que se tuvo que refugiar en México por el pecado de su precocidad para no ralentizar su fulgurante carrera. El que rindió homenaje a Madrid en su despedida de novillero, a plaza llena, sin la espada de madera del abono, triunfando con un Victorino y un vendaval mayor de los que meteorología anunció para estos días.
Diez millones tenían la culpa de su contratación una vez hecho matador. El flotador al que se asió Ponce ante la marejada José Tomás allá por los 98,99, que al final fue clama chicha hasta la bajamar del 2002 en la “tocata y fuga” del de Galapagar.
Torero de equipo, en el quinquenio de reflexión del “new mosnter”, colideró, con generosidad, los años recientes más esplendorosos y prolíficos de la tauromaquia de hoy: el trienio 2004-2006.
En plena juventud, maduro, en sazón, no se le caen los anillos en abrir carteles y en los principales cosos, ser escrupuloso en abrir encastes en los gestos de corridas solitarias de seis toros o mano a mano, desempolvando del olvido encastes míticos como el de Santa Coloma.
Al que Sevilla le debe una Puerta del Príncipe, porque optó por la de la enfermería. Al que Madrid exigió, como nunca en la historia, para franquear su Puerta Grande ante la doble moral de un público , aparentemente entregado, pero que no obligó a dimitir , de por vida, al presiente de la corrida, como sucedió con el tal Panguas cuando otorgó “el rabo” a Palomo en el año 72.
El héroe de Bilbao con cornada de espejo fresca en su rostro.
Volvió, El Juli —la disidencia de esta tauromaquia de diseño — a Vista Alegre. Con la raza que ya había destilado hace años, cuando su juventud le impedía asimilar la cerrilidad ajena, y terminar cortando un rabo. El sábado tenía que revalidar, sin nada que le quede por demostrar, pero lo hizo.
El Juli marca una época. Que es distinto que un periodo y sus modas elijan a un torero. Es la disidencia. Por San Isidro la dictadura venteña volverá a exhibir sus fauces ávidas de carnaza en esa extraña mezcla del sol y la sombra. La alpargata y el charol. El agreste vello del descamisado y la corbatita de Hermés.
Todos contra El Juli. “Triunfa y revienta…los”.
1 de marzo de 2010
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