A estas horas, que escribo estas líneas, y a pesar de la crisis, con los mismos fastos a que nos tiene acostumbrados la progresía de impostura, con el dinero de todos nosotros (financiación del cine español y su Academia —vía, cuantiosas subvenciones — y TVE, que aporta con “pólvora del rey” cuantiosos recursos a la causa) se estará celebrando la “Gala de los Goya”.
La edición actual se presume tranquila. Nadie barrunta soflamas de “no a la guerra de Afganistán”, “no al aborto”…libre. Ante la crisis, tampoco se prevén mensajes de “no a la burocracia ociosa”: el despilfarro de ministerios inútiles (entre ellos el que les acoge) y la insostenibilidad de más de una treintena de canales de televisión pública y otros pocos de radio de todo signo y color. En definitiva “no al aparato” ni tampoco un “si a elecciones anticipadas” para que el pueblo (y no el gobierno ni el Estado) ante la incapacidad de la política para ir fintando esta ruina sea quien se pronuncie y elija quienes crean depositarios de su confianza. Por que esta crisis, además de financiera y económica, es sobre todo de credibilidad y fiabilidad: confianza.
Menos se intuye muerdan la “mano que les da de vagar”, ni la ubre “zapateril” que succionan con fruición mientras millones de familias españolas están en el umbral de la pobreza si es que no lo han franqueado ya.
Colijamos que ni un reparo a que jerifaltes y políticos en vez de alargar su vida laboral, la mermen. Y que con el período más corto posible disfruten, en el futuro, de una pensión al máximo y vitalicia.
Son los “Goya”. La ceremonia del cine y de la confusión. Pero todos haciendo piña en defensa de su demagógico colectivo emitiendo un mensaje industrial y cultural de prosperidad que no se corresponde con la realidad. Pero ya lo dijo “El Pipo”: “el pueblo es tonto y traga”. Al “trágala”, pero traga.
El pasado miércoles se presentaron los carteles que dan cuerpo a uno de los acontecimientos más universales que más y mejor optimizan la imagen de España; “in and out” (“on de World”): la Feria de Abril en Sevilla.
En poco más de un centenar de metros cuadrados, más o menos 50 sillas de tijera sobriamente vestidas, un puñado de periodistas especializados de la ciudad y periferia, excelentes todos y generosos en la asunción de “comparsas”, y una decena de cámaras “ng” se desarrolló el acto que duró ¡7 minutos!.
La mentira del cine (algunos premios Goya prestigian trucos de especialistas, efectos especiales, caracterización, decorados, maquillaje, etc.) y su mendicidad, como consecuencia de su indigencia industrial por su baja calidad, emitió, en “su noche”, señales positivas.
La verdad de la Tauromaquia (sin extras, ni dobles, sin tinta china por sangre vital borboteando) en uno de sus exponentes más identitarios, su cutrez.
La Gala de los Goya fue, como cada año, la sublimación de la falacia pero cumplió sus objetivos con “premeditación, alevosía y nocturnidad”. Y cierto glamur de atrezzo y alfombre verde. Estaban casi todos. La inmensa mayoría mediocres.
La presentación de la feria de Sevilla, como día antes Las Fallas, o la novedosa feria de Invierno de Vista Alegre, o sucesivamente San Isidro o San Fermín, fue un acto más endógeno que intimista, de ahí sus ribetes de clandestinidad.
No había nada que decir que no se supiera. Menos, ¡que preguntar! ante la consciencia de la evasiva por respuesta en “el tipo de la casa”; la opacidad consustancial a la tauromaquia. Y poco, muy poco que proyectar, lo de siempre: “que la taquilla queda abierta”. Faltaba el reclamo (chasis de lo mediático que motoriza a una sociedad), sus principales actores… Y ¿por que no?, los que lo fueron y dejaron poso. Pero ni estuvieron ni se les esperaba. Posiblemente ni se les invitó ante la seguridad de la desidia toreril varada en el obsoleto anclaje que su único compromiso es sobre el albero y con sus avíos.
Del tono gris marengo de los cineastas “sobraos” en su autoestima, al refulgir, de un héroe veraz embutido en chispeante, como luz de neón. Pero caprichoso, individualista y egocéntrico: acomplejado ante la sociedad, receloso, y celoso, de sus colegas y reticente a cualquier evolución.
Sólo hay un sentimiento unívoco de lo que, en un larde vanguardismo, llaman “el sector”: el victimismo; que autodegrada su grandeza.
Las comparaciones son odiosas pero marcan referentes.
¿Qué, que hacemos? Resucitar a Juncal y que tome nota.
16 de febrero de 2010
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