14 de julio de 2009

Del encierro al entierro

Alguien lo ha escrito, gran contradicción por paradójico: en el toro, la muerte da vida; a la fiesta y a las tradiciones populares en que es protagonista. Cobra su preponderancia, los juegos en torno a él reivindican credibilidad erosionada de suerte y muerte; hace al humano más humilde y temeroso y al oportunista sacar su peor versión carroñera.

Por mucho que lo pretendan, la polémica sobre los toros, los encierros, la abyecta sombra cobarde que proyectan sobre la supuesta negligencia del ayuntamiento de Pamplona, en vela 365 días al año por habilitar máxima seguridad en mano humana, como la mentira, tiene patas cortas.

El refranero se apellida popular (como los encierros y las corridas), y es sabio, siempre, no según convenga. Dice: “no mezclar churras con merinas”.

Borja Domecq había criado a “Capuchino” para que El Fandi le cortara la oreja, u otro torero las dos; o que otro pegara un petardo. Nunca para competir en una carrera de múltiples obstáculos ni en la modalidad de quien llega primero, ni en la de cobrar más víctimas e intensidad de grado.Pero son las reglas de juego en “sanfermines” porque la actual generación navarra y pamplonesa, y la anterior, y la anterior…se han ido transmitiendo lealtad de ancestros, compromiso de sangre con sus antepasados en una de sus más genuinas señas de identidad.

Y por que la “verdad” limpia, pura de intención, de tal manifestación se expandió hasta hacerse universal.

No se abre ningún debate con crédito, sí lo rumorean los morosos de alma, justicieros de lo bueno y lo malo, estraperlistas de votosPerdedores natos que rapiñan la pérdida, accidental y lamentable, de un joven, exponente de la libertad y ejemplar modelo de salud moral, física y mental para succionar el dolor de una familia y una sociedad con el objetivo espurio, a cualquier precio, de ganar adeptos para la secta nacional animalista.

Los encierros, de los que “sanfermín” es santo y seña, son manifestaciones emanadas del altruismo de un pueblo lejos de materialismo y en cuyo presupuesto nunca equilibra su cuenta de resultados entre el debe de los ocasionales accidentes con el haber de los numerosos milagros cada mañana de fiestas a partir de las 8.Si bien para asimilar tal postulado es menester detentar la virtud de la fe (teologal o pagana): en algo. Y la rapiña, cuyo código es mirarse de reojo y escrutarse entre sí, no cree ni en ellos mismos.

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