19 de abril de 2010

El Juli y "la camarilla policial"

Toros y política se prestan a intercambiar y compartir sensaciones. Para bien y para mal. Es bueno que “los toros” sean vehículo semántico por la riqueza de su lenguaje para definir castizamente situaciones de la política y circunstancias puntuales de la sociedad. “Los toros” laten permanentemente en el subconsciente del ciudadano. Es nocivo en cuanto que la política es asunto desprestigiado por méritos propios.

En los últimos días hemos padecido dos debates frentistas: las palabras de Álvarez Cascos sobre las camarillas policiales y el affaire Garzón, presunto prevaricador, con sus plataformas de apoyo y la exhumación del franquismo y la conspiración judeo-masónica.

Y en esto, la Feria de Abril, Sevilla, La Maestranza y El Juli que con su rotunda actuación de figurón del toreo ha reventado la feria y dinamitado la polémica, segura, si no hubiera podido abrir la Puerta del Príncipe. En cuanto su segundo toro no hubiera tenido el mínimo fondo, la espada no hubiera ido tan certera, o el no hubiese sacado la raza de los ganadores natos.

Todo porque el presidente del festejo se negó a conceder las dos orejas del primer toro que hubieran posibilitado entreabrir la Puerta del Príncipe sin la agonía y la tensión posterior. Esas dos orejas eran de manual, para todo el mundo, menos par el sr. presidente. La prueba es que tras la bronca, en situaciones similares, siempre hay algún grupito de hooligans que le desagravia con sus palmas (de ahí el palabro “palmeros”). En esta ocasión nadie se hizo presente.

Sí ha habido apoyos a tal actuación y actitud en un grupo (parco en número, pero bullidor en la “nomenclatura”) de resistencia “sevillí”. Cruzada liderada por alguna prensa local y aficionados no menos domésticos.

Todos, juntos y revueltos, son los mismos que no objetaron de la oreja concedida a la esperanza blanca de la sevillanía, Oliva Soto, y hubieran estados complacidos, de matar a su segundo animal, que, como se palpaba en el ambiente, hubiera conseguido la anhelada P.P. Pero flaco favor le han hecho. Tras el contencioso del despojo no concedido a Juli se devalúa no el legitimo triunfo del sevillano pero sí su cuenta de resultados, pues, comparadas, la de Oliva Soto es de “tómbola”. Otro tanto con las cuatro orejas del no menos sevillano Diego Ventura.

Por cierto que el festejo de marras referido (Oliva Soto) fue presidido por el mismo “madero”.

Se da la circunstancia que este hombre ya fue durante un largo período presidente de corridas en Sevilla y fue desterrado a “la nevera” (argot futbolístico con el que se define el castigo a la incompetencia de los árbitros) o inhabilitado como tal apartándole de la carrera “palquista”. Se colige que los internados no reinsertan a los contumaces patológicos y sí crean vicios mayores sobre los cimientos de la revancha y el resentimiento. Rehabilitarlos, sin cumplir condena, es una irresponsabilidad por muchas presiones que se ejerzan.

Desde tiempo inmemorial se lucha por que la corrida de toros no sea dirigida ni interpretada, menos juzgada, por un “madero”. Desde hace menos, los toros están bajo la dictadura de una “camarilla policial” (toda generalización acarrea injusticia) que pretende, además de un protagonismo, hacer de justiciero garzoniano arrogándose la potestad de ser el héroe salvador del prestigio de tal o cual coso. Y se incurre en la prevaricación; más si, como el caso, se es funcionario público.

Todo esto sucede tras otra ¿oreja? concedida a Morante el domingo de Resurrección. Morante pudiera ser el estandarte y bandera de esta pretendida república independiente de la sevillanía taurina y su protección el objetivo de los rectores y sindicatos de lo “sevillí”.

En la vida todo tiene un porqué. Espurio o no. O esto o que detrás están las “viudas” de José Tomás, o los enemigos irreconciliables de la sempiterna empresa (“los Pagés”), cuanto peor mejor, o de todo un poco.

El Juli, puso a cada uno en su sitio. A los presuntos corruptos taurinos, también. Y el martes, más madera. El Juli a revalidar su triunfo y el “poltronero”… ¿qué sabe nadie?

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