(In memoriam)
El autor ha querido en ésta publicación, recordar en el quinto aniversario de su muerte al Papa Juan Pablo II fallecido en plena Semana Santa de 2005 con los toreros, profusamente, de penitentes en multitud de procesiones y el respetuoso minuto de silencio como homenaje de admiración y respeto en todos los cosos el Domingo de Resurrección, la fecha por antonomasia taurina, que tornó lujo por luto.
Por tanto nos retrotraemos un lustro atrás. En Sevilla, naturalmente.
La muerte del Papa y la Tauromaquia.
¡Ha muerto el Papa!
Y, el toreo, como toda la humanidad guarda luto riguroso.
La tauromaquia y el catolicismo se han respetado mutuamente. Si bien el juego de la suerte y la muerte se ha sustentado sobre la Fe, indefectiblemente, la universalidad del catolicismo ha estado obligada a dominar todas las suertes amparando al total de su feligresía: taurinos y menos. De ahí la multitud de luces que anexa a ambas y las leves sombras como el intento de abolición por parte de un Papa. Claro que hubo Reyes y gobernantes poderosos que lo intentaron. Todo estéril.
¡Si quieres saber como es una sociedad asómate a sus plazas de toros! Más o menos vino a proclamar Ortega y Gasset.
Está claro que Karol Wojtila no solo le leyó sino que le asimiló, tal que en “La rebelión de las masas”: “Si quiere usted, ver bien una época, mírela de lejos”; y éste Papa tomó nota, como Juncal, desde su niñez.
Karol Wojtila, de novillero sin caballos, se curtió en el “valle del terror” de la invasión de Polonia, que es el Tietar para los que empiezan en el arte de Cúchares.
Vivió, como becerrista en la umbría pensión, la soledad de la orfandad, la ferocidad del nazismo en puntas, y se tuvo que cuajar desde abajo, como obrero, primero en una cantera para evitar la deportación, y luego en una fábrica pulsando a pie de obra las penurias de los oprimidos.
De ahí, con la muleta en la izquierda y muy cruzado, muy de verdad, a Figura Histórica de éste toreo que es la vida cotidiana.
Fe y Tauromaquia. Encuentros y desencuentros. Remedos en el rito y la liturgia….Y Dios, como Presidente en Palco arbitrando los designios que marca la Providencia a la que todos, creyentes y no, al final todos, nos sometemos.
Desde los dominguines (Domingo y Pepe) rojos, como Parada y Gregorio Sánchez; presuntos ácratas como Joselito o ambiguos laicos como Antoñete. Cofrades de Semana Santa, miembros de la Obra, o Fray Mondeño.
Dijo el profesor Tierno que Dios no abandona a un buen marxista.
Todos, en estos momentos, lloramos la muerte de Juan Pablo II.
La Tauromaquia tuvo su Papa, Bienvenida, al que se le inventó el color negro para no incurrir en sacrilegio. Y, a la recíproca, éste Pontífice ha muerto ¡torero!
Es un mestizaje entre la profundidad y la hondura de Ordóñez en la firmeza y convicción de su mensaje, la sabia precocidad de Camino o Juli, el genial magnetismo de iconos como Romero, la espiritualidad desnuda de Paula y la personalidad arrolladora de Manolete.
Y a la muerte con las botas puestas, en la cruz de la vida evangélica, difundiendo el mensaje de Cristo, pese al sufrimiento y el dolor, hasta sus últimos estertores, como el Califa en el ruedo de Linares.
Así, exhibió, profuso, coraje de sangre torera para, habiéndole querido retirar del escalafón numerosas veces, cortar el rabo en su último paseíllo.
Con la difícil facilidad de Ponce es de los Papas que en más plazas -todos los continentes —ha toreado (con éxito), y más actuaciones —viajes apostólicos — suma: 105.
En todas acabó el papel —incluso con más “reventa” que El Cordobés de su época, desbordó todas las previsiones…. Y lo más importante -que le desmarca de cualquier personaje de la Historia- cautivó a la juventud.
Como “El Benítez” puso en dinero a sus correligionarios en los 60; Juan Pablo II ha sido el Papa que a mayor número de beneméritos ha puesto en el santoral.
Aquí en Sevilla, se recuerdan sus visitas del 82 y el 93 en el que confirmó la alternativa en Santidad a Sor Ángela de la Cruz.
Duro, como la roca, sufrió cornadas —en otros irreversibles —. Un “marrajo” del hierro turco de Alí Agca, del que se oculta su reata perversa, se fue directo a la safena, la ilíaca y la femoral. Posteriormente le visitó en “chiqueros penitenciarios” y no mostró rencor. Le perdonó. ¡Que grandeza! ¡Que figurón!
No rehusó los grandes retos, e igual que lidió el nazismo —por bajo, sobre las piernas — provocó el indulto de miles de seres humanos alzando el telón de acero, primero (derribado en el primer puyazo el muro de Berlín) y luego dándole puntillazo al comunismo.
Y se fue a los medios. Y a los dictadores les dio el pase cambiado, sin mas opción que el pañuelo verde para su cambio por la “nobleza y fijeza” de la democracia.
No le hizo falta consultar con la almohada para poner en su sitio a “la patronal del mundo” plasmada en la foto de las Azores y decirles con firmeza que él “no toreaba” la corrida de Irak; ni ninguna otra que supusiera guerra.
A los protestantes y ortodoxos —fundamentalistas— tipo tendido del siete, les sedujo en transmitirle que lo esencial era el camino al Señor: la Fe.
A los antitaurinos de la Fe, musulmanes y judíos, echó un capote para evitar fagocitarse; aliviar tensiones y confiarles en que solo hay un Dios, que es el de todos. Consiguió su respeto y admiración.
Fue el primero en pisar el albero de una Sinagoga, hizo “el paseo” en Jerusalén, y se “anuncio” en la Gran Mezquita de Damasco.
Fiel a la tradición —los cánones — subió al pontificado como Juan Pablo en los carteles siguiendo la guía del Vaticano II, como la tauromaquia de Montes o Paquiro, uniendo en su “nombre de Paz” a sus antecesores Juan y Pablo como seña de perduración.
No fue un mito, pura fantasía; ni un líder — algo coyuntural. Fue, es, un ídolo —un superdotado de carne y hueso —. Generoso: permitiendo a sus críticos filosofar sobre algunos toros que —opinan —se le han ido al corral.
La verdad es que nunca anduvo bien con la espada.
El día de su alternativa en Roma su brindis no da lugar a equívocos: “no tengáis miedo”. Seguro que mientras iba al toro de una sociedad globalizada y materialista para sus entrañas se dijo “dejadme solo”.
Su vergüenza torera le llevó a hacer varias veces el “quite” del perdón por los errores que hubiera podido cometer la Iglesia en su vasta historia (cruzadas, inquisición, incluso rehabilitó a Galileo, etc).
Místico más que misionero; torero hondo, a fuer de artista, sobre el valor. Nunca le vino grande el peso de la púrpura liderando más de un cuarto de siglo el escalafón.
Marco Antonio, versión Shakaespeare, ante la muerte de César es referencia: “nunca tendremos otro como él”.
Como “El Guerra”: después de él “naidee”, y luego “naide”, y luego “naide” y “en dispués”….
Creyentes y no creyentes, estamos ante una gran orfandad que solo palia el bálsamo de la Fe.
¡Ha muerto el Papa! ; ¡viva el Papa!.....pásalo.
Sevilla, madrugada del 3 al 4 de abril de 2005.
4 de abril de 2010
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