Cali significa la transición. Cali despide el año pérfido y recibe la esperanza de lo mejor para todo. Los 90 habían significado el mayor esplendor de una feria colorista, ruidosa y por encima de todo divertida. Atrayente para profesionales y aficionados. Tanto que hubo que doblar festejos durante tres o cuatro días en lo que se llamó “feria de las luces”, por ser su comienzo nocturno, a poco más de dos horas de concluida la corrida de feria. La propiedad de Cañaveralejo (un embudo para 14.000 gentes) es pública. Su explotación revierte en una entidad benéfica y sus designios taurinos los diseñan y ejecuta una Comisión. Ejemplos ¡haylos! En España. La Comisión la componían prohombres de la Ciudad y del Departamento del Valle del Cauca que iban mutando a taurinos, y taurinos de ¿“reconocido prestigio”? que se iban travistiendo en políticos. Acudían las figuras, todas, más importantes de España y los valores emergentes que competían con los “nacionales” viviéndose en los tendidos una pasión añadida. Acudían las mejores ganaderías colombianas, encastadas de las españolas, y rivalizaban con hierros hispanos que disfrutaban del mejor momento. Un espectáculo. Los medios de comunicación, todos, principalmente la radio, que en Colombia es “de culto”, le dedicaban más de ocho o diez horas de retransmisiones en vivo con el prime time de la narración, vibrante, de la corrida que era seguida en los tendidos por los transistores.
Hay veces que el destino aúna la casualidad con la causalidad o viceversa. Cali hizo su particular transición de siglo entre el 99 y el 2000 muriendo de éxito… de celos y envidias. El obscuro objeto de poder. Lo asaltaron, entrando a” saco” en la Comisión los ganaderos de la zona y acólitos. Con la disculpa de la cris, aquella, de la depreciación del peso respecto del dólar y éste referente del euro al entrar en vigor, los “ganaduros” vallecaucanos (a la cabeza los de Ambaló y Guachicono, los Estela y Luis Fernando Castro y señora) y en aras de no mermar las arcas de la beneficencia empezaron los recortes económicos con la consiguiente ausencia de las principales figuras, y el veto a las ganaderías españolas y colombianas que no fueran del “clan”, con lo que los toreros tenían que bailar con las más feas de las camadas del Régimen caleño. Y entre el parné y el toro cunero decidieron tomarse un tiempo sabático. Largo, por cierto. La ruina fue grande. El eslogan propagandístico en el que se atrincheraban, dar oportunidades a toreros jóvenes con proyección, no era más una escusa de mal pagador, o de nulo pagador. Querían toreros baratos, sin exigencias en lo taurino y campar por sus respetos y sus caprichos. Cali se fue quedando como un solar en los tendidos y perdió peso mediático con el “impuesto revolucionario” de cobrar derechos de retransmisión a las cadenas radiales.
Cali era la excusa ideal para despedir cada año dos veces: a las 6 de la tarde las uvas de España y a las 0 (hora local) el ron de la tierra, con cerca de 30 grados de temperatura climatológica y más de 50 de ambiente. Sol sin agua, sin mar. Puente aéreo a la impar Cartagena, el avión en Colombia es como en Europa el metro, que daba dos o tres festejos con figuras, a guisa de tentadero por la ausencia de “toro”, y seguir camino, el que podía, a Manizales. Unas atractivas vacaciones, taurinas, de navidad.
Como si de una premonición se tratara la transición de la década ha supuesto un cambio de rumbo de la Feria de Cali e intentar volver sobre sus pasos. Este año, sin que hayan desaparecido todos los vestigios totalitarios en la Comisión (el problema, siempre son “los pájaros” y no “la jaula”) se ha hecho de la necesidad virtud y se ha juntado en el elenco a Ponce, Juli, Castella y Perera a costa de la “clase media”, se ha abusado de Bolívar, que todavía no es Rincón, y se ha rellenado carteles con meritorios españoles mal colocados como Luque y promesas colombianas muy inmaduras y de dudoso futuro.
El resultado ha sido el de una reactivación de la feria, muy fluctuante; con picos, pocos, y muchos valles en cuanto a reclamo. Tan sólo una tarde se acabó el papel.
En España hay algunas gestiones similares en plazas de importancia, y otras de explotación pura a base de concursos, generalmente opacos, y que en la mayoría de los casos oculta una repugnante subasta. Tanto en uno como en otro caso, los políticos por un lado, y los taurinos por otro, pero siempre en “cama redonda” tienden a hacer de los cosos taurinos una herramienta de poder y una caja fuerte. Cuanto mejor funcionan sus plazas más ambición destilan sin darse cuenta, o a lo peor sí —van a lo suyo-, del riesgo que ello conlleva. Además de la vanidad en la gestión, “in vigilando”- o conchabados- o “in ejecutando” se ignora que el piso de plaza es el primer factor de ajuste en los costos de un espectáculo para luego poder ofertar calidad con arreglo a cotización.
La exultante Cali, floreciente, rumbera, subió más lenta que el vértigo con el que cayó. Ahora, recuperar aquellos laureles, como se ha “checado”, es costoso.
Moraleja….cuando las barbas de tu vecino veas pelar…….. Aunque de poco va a servir con esta tropa. La política y la taurina.
4 de enero de 2010
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