Se veía venir. El pasado lunes en esta columna lo anticipábamos. Por un lado la reacción del PSC sobre la ILP para prohibir los toros en Cataluña no se ha hecho esperar: se pedirá que el voto no sea secreto. Se colige, por tanto, y no lo ha desmentido su portavoz David Pérez, que tampoco habrá libertad de voto y sí directriz de partido. Por otro lado, el movimiento de los socialistas, rivales directos de Convergencia en las elecciones que se convocarán, casi solapándose con la votación en el Parlament sobre la tal prohibición, les pone a estos en la picota de la responsabilidad sobre su fin. Y cada vez se hace más verosímil lo ya avanzado en la colaboración pasada sobre la estrategia de los nacionalistas de ganar tiempo: no oponerse al debate, escrutar la opinión pública y su repercusión, analizar los movimientos contrarios, hacer cálculos en clave electoral y cuando llegue la votación, según lo expuesto por las partes votar, o no; abstenerse sería suficiente, y no todos.
La noche del pasado jueves el discurso habitual del Rey por navidad era retransmitido por primera vez por la televisión pública vasca. Era un signo de normalidad. No hizo falta aducir ni argumentar hechos históricos ni tradicionales, ni remontarse a historias de oportunidad. Tal normalidad no orilla ni hurta el debate sobre el Estado, la Nación, las nacionalidades, ni la disyuntiva entre república o monarquía. El debate existe, continúa, es democráticamente higiénico y deseable en una sociedad adulta y se instala en la normalidad, tanto como el seguimiento día a día de los pasos de La Corona, por lo que el hecho de emitir la misiva navideña por parte de ETB no necesitaba adornarse con libros de caballería que condujeran a abrir otra discusión por aquello del “excusatio non petita…..”
Antes, durante, y, sobre todo, después de producirse la admisión a debatir la Iniciativa anti taurina, hemos, estamos, asistiendo a una proliferación de literatura —de todos los estilos-, recogidas de firmas, plataformas reivindicativas, e iniciativas de ilustrados y voluntaristas, con tan buena fe como ausencia de renuncia al Mariano de Cavia o al minuto de gloria, con tanta brillantez narrativa como esterilidad en el objetivo: convencer al “piñón fijo”. Ni con historias de tradición ( algunas auténticos tratados y tesis doctorales), ni invocaciones al factor inspirador de cultura provocada durante siglos, ni desempolvando las aficiones taurinas de los iconos más representativos del nacionalismo y republicanismo catalán. Menos las proclamas patrióticas y las acusaciones anti españolistas, que siendo ciertas, les sirven de trinchera dialéctica para desviar las balas de la normalidad de un espectáculo que concita la presencia de millones de ciudadanos en España, Francia y América. Tampoco admitirán los argumentos de índole social, laboral y económica, porque aún siendo ciertos los rebatirán con fintas obscenas como la prostitución y similares. Todo lo anteriormente expuesto es válido cara a las administraciones para propiciar su promoción y fomento, o al menos para no molestar pero nunca seducir la cerrilidad.
Algunos postulados han sido peculiares como el invitar a radicales y dudosos a un pic nic por las dehesas de Andalucía, cuando lo que ocupa es el espectáculo en plaza y el sufrimiento y la muerte del toro produciendo placer, sin que por ello, a esta plebe, el fin del toro muerto a estoque justifique los medios ecologistas de su crianza y desarrollo. Otro ha ido más lejos y ha arrojado el globo sonda de pedir mediación a Don Juan Carlos.
La repercusión impactante que ha tenido la sesión del Parlament del pasado día 18 ya ha producido cambios de táctica y estrategia. Los toros han sido actualidad en todos los medios, para bien o mal, y eso, aunque por un día, le ha dado a La Fiesta estado de realidad, y además de su enorme fuerza social: “salgo, luego existo”. Como el Rey en Euskadi. Era lo normal.
Bastaría con que un día y otro, los toros estuvieran presentes en los diferentes medios de comunicación informando de su desarrollo como espectáculo. Que existiera como tal; la normalidad. Y esa es la gran incapacidad del sector: la ausencia de movimientos convincentes e incluso de inversión en un plan de medios, marketing y publicidad que les hiciera normales, a fuer de cuestionados, cara a la sociedad.
Y apelar a la generosidad de las figuras y ganaderos para qué, en la primavera, cuando se vaya a debatir y votar como proyecto de ley, lo que ahora no es más que una iniciativa, se registraran tres o cuatro llenos, con ciudadanos del mundo, en la Monumental dando ambiente y colorido de Fiesta civilizada a una Ciudad condal cada vez más megalómana como identidad singular y por lo tanto aburrida.
Veraz es que tales circunstancias tampoco frenarían las ansias totalitarias de las minorías prohibicionistas en estado puro. Pero sí inducirían a los ambiguos, acomplejados y sinsorgos a ser temerosos de una sociedad normalizada desde la libertad.
Parangonando a Las Ventas, madrileña, el 7, no sería el 7, sin los paniaguados de sombra de sedas y alpacas: los “borjamari”. Los animalistas, nacionalistas, separatistas anti taurinos catalanas no son nadie sin los “jordimaris”. Y estos, en su simpleza de burgueses, no asimilan erudiciones pero sí la normalidad. Aunque solo sea para pasar desapercibidos, porque una barretina en la cabeza, fuera de Cataluña, y en fechas puntuales, canta mucho.
29 de diciembre de 2009
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