14 de octubre de 2009

Juegos “taurolímpicos”

Los toros y el deporte tienen poco que ver, o mucho. Convergen en su condición de espectáculo; pero apenas unos pocos, por no decir uno sólo, el futbol —el profesional- se empareja con los toros en ser de masas. Espectáculos de masas…y popular, sobre todo popular.
Viceversa: se distancian en la filosofía de la competición y por lo tanto en los toros, se triunfa o se fracasa en el deporte se gana o se pierde, y en este caso se puede triunfar también, ejemplo reciente Madrid'16.

En ambos casos, toros y deporte, se suelen producir empates. En la modalidad deportiva -siempre en competiciones de colectivos-, salvo excepciones, es el marchamo de mediocridad como resultante del conformismo, que lo mismo les vale a los dos que a ninguno. En “la corrida” hay dos tipos de empates, el de perfil bajo, todos cero, o el triunfal: todos en hombros. En el mejor de este caso no hay podio, tabla rasa. La diferencia entre triunfar y ganar, por falta de contrario o referente.

La competición es un hecho igualitario de todos contra todos superando diferentes eliminatorias previas, ahora lo llaman “cortes” dotándola de una emoción “in crescendo” hasta sublimarse en la final. Ello provoca adhesiones inquebrantables, de corte fanático y por lo tanto se arrogan la representatividad identitaria de una nación, una ciudad un pueblo: una filosofía. No sólo las masas se movilizan si no la parafernalia adyacente de gobiernos, administraciones y medios de comunicación que lo sienten como propio tejiendo un entramado de vasos comunicantes que lo hacen grande y universal: olímpico.

En los toros es la emoción del riesgo enjugado por el valor y el arte que destila la creatividad imprevisible del torero. El curso taurino viene marcado por ferias que sólo compiten en categoría administrativa con resultados evaluativos para sus actores, tan sólo a nivel personal.

A veces, algún empresario se sale de lo convencional y provoca algún encuentro entre toreros triunfadores que por lo general no son más de dos, y con frecuencia se adultera, rebajando la confrontación, con un tipo de toro medio o medio toro, y coso de categoría discutible. Y por supuesto, ellos sabrán por qué, a excepción del paquete consensuado de grandes ferias, sin difusión adecuado y por lo tanto carente de repercusión como trampolín de una proyección sostenible.

Los grandes acontecimientos vividos el pasado fin de semana en Barcelona, más con su delicada casuística, y en especial el del domingo, no han colaborado mucho a dar esa imagen de la Fiesta, espectacular en ambiente, continente y contenido, por restringirla a los casi veinte mil espectadores que acudieron… y después qué? El boca a boca, o los modernos sms, son una obsolencia en la era de las comunicaciones que retrata al sector como reaccionario, inmovilista, endógeno y endogámico (que son parecidos pero no igual, y perversamente complementarios).

Pero hay más. La temporada llega a su fin en Zaragoza sin otro aliciente que una feria más, de las de “primera”; eso sí. Un ejercicio en el que llegan a la meta acontecimientos continuos, y los más recientes cobrando la relevancia de la inmediatez sucedida —a guisa de cuartos o semifinales (ahora, también “play offs”)-, protagonizados por figuras consumadas como José Tomás y Juli; figuras consolidadas como Castella y Perera; proyectos firmes tal que Manzanares, o meritorios becarios como Luque.

El Pilar, a estas alturas, no deparará sorpresas en ningún sentido. La temporada está echada. Qué ocasión para volver a Barcelona a disfrutar de una gran final “taurolímpica”. José Tomás, el “Molt Honorable President” con Perera y Castella, preferentemente, o cualquier combinación con Juli y Manzanares. Pero hoy por hoy es imposible. La cerrazón del dios del toreo, según proclaman, a encabezar carteles, después de catorce años de alternativa, lo hace inviable.

Competir, competencia, competición es lo que diferencia al deporte como espectáculo grande y a los toros como gran espectáculo…puntual. Aquellos llamados a liderar son los que sobre sus hombros debe caer la responsabilidad de demandarles cuentas de tanta pobreza de expansión.

Pero, como en fiestas del pueblo cuando un joven se harta de tirar petardos “buscapiés” y se pregunta ¿quién ha sido? ¡Ah, el hijo del alcalde, pues bien tirado está!

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