El año pasado Esplá lo vio negro. Tanto que, con cierta amargura, se confesó en la intimidad en términos de haber concluido su periplo en Madrid. José Antonio Martínez Uranga, empresario de Madrid, consciente de la dureza que barruntaba la temporada, sintió la necesidad de contar con Esplá para Las Ventas y le hizo una oferta a la totalidad: apoderarle en el año de la despedida. Aseguraba, así, la confianza del torero sobre el ejercicio; sería distinto: más disfrute y menos sufrimiento. Y lo anunció en Madrid, en única comparecencia, al final de los ciclos, para revestirlo con carácter de acontecimiento. En principio era función para compartir con José Tomás. Luego, empresa y José Tomás no se ajustaron y el destino quiso que la despedida de Esplá tuviera colaterales con ribetes de máximo atractivo como dirimir el cetro de esta feria entre el suceso protagonizado por Morante y la única PG –hasta ese momento- de Castella . Sin duda la Providencia jugó a favor, pero el olfato del empresario, vapuleado por el conjunto de la confección de San Isidro cuando diseñó el cartel, avala su profesionalidad, tapa bocas y prende candela de esperanza al final de un feria asaz de hollín...por todo, y por y para casi todos.
La corrida de Victoriano del Río fue brava, en general; por lo tanto no fácil, menos con el viento, el único presente, no invitado, impertinente en tarde en que el público tuvo un comportamiento impecable que de haber sido generalizado -¡vamos, como una afición normal!- no se hubieran perdido, en el lodazal del follón y la bronca diarios, muchos toros y faenas que quedaron en apuntes.
Esplá gozó de un buen toro para abrir corrida; pero el alicantino, digno en el trasteo, dosificó, en demasía, sus armas: paz…para después la gloria. Era el cuarto, “Beato”: para coronar una apoteosis que rumoreaba mediada la faena. ¡Vamos!, que cuajaba un toro a contra estilo.
Por ello, su despedida de Madrid cobra tintes históricos. En el lugar y en el momento precisos. Esplá sintetizó en 20 minutos su tauromaquia de más de 30 años: la obligada por sus circunstancias y la íntima que rumiaba a la espera de un toro posible. Esplá supo y pudo, como tantos toreros tantas tardes. Faltaba querer, Madrid; y Madrid quiso: al toro, primero, y dejó, con su plácet, que el torero subiera a lo más alto. Mutó en transitorio al perenne maestro para acuñarle como figura para la historia. La justicia es lenta, pero llega.
De Madrid, al cielo. Una luz al final del túnel de Esplá que se iba de Madrid sin honores hace un año. Una luz al final del túnel de una feria parca en toros: “Beato” los reivindica. Una luz al final del túnel de una muy mala afición y público trashumante que degrada día a día el prestigio de la 1ª plaza del mundo.
Una luz al final del túnel de un San Isidro para apuntillar, que se ha venido arriba con dos fogonazos (Morante y Esplá) de dos toreros distintos para perpetuidad de La Fiesta. Ladran, luego cabalgamos.
14 de octubre de 2009
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