En una sociedad de continua transformación, el toreo es como el tonto andando por la linde; termina la linde…y sigue el tonto.
Maribel y la extraña familia es una de las grandes obras del prolífico Miguel Mihura en su obsesión por debatir el conflicto individuo-sociedad en el que la prostituta, Maribel, es vista con candor e inocencia por doña Pura y doña Matilde entendiendo al ser humano por encima de las vicisitudes en que le ha tocado vivir. Una visión, solo posible, alejada del mundanal ruido de la gran ciudad y de sociedad cosmopolita. Los toros -como Maribel- son individuo frente a la sociedad. Son escrutados con recelo alevoso por parte de los nada partidarios y con cierto desdén compresivo por el resto de la sociedad; también los afines. Sobre todo en cuestiones que rebosan el perímetro del ruedo y de lo que es capaz de hacer un torero con la espada y la muleta delante de un animal en algo más de dos horas. Los toros tienen el beneficio de ninguna duda -certidumbre total- para ser acotados como caso a parte: casta, secta o guetto que se rige, como etnia pura - sin estigma ajeno- por sus propias leyes; aunque sean "anti -natura": Un espectáculo de plurales colectivos pero que se define individuo y a lo más que llega- en ocasiones límite-es a comportarse como la suma de muchos individuos; pero siempre dominando el norte propio de cada uno.
La mayoría, la sociedad, ve a "esto que le llaman el toro, o los toros" con cierto enigma…. y traga; otros, con estupor y…. pasan; y hay quien, antes que extrañeza, argumenta con bondad la singularidad del sector. Maribel, según Mihura, fue lo que fue, prostituta, por que la sociedad la impedía, con su mirada impura y contaminante, llegar a lo que quería ser. Un poco como la tauromaquia con las Instituciones y Administraciones. Y quizá por ello "la mirada del otro" (doña Pura y doña Matilde, el amortizado de lentejuela y códigos de comportamientos cifrados), esa mirada, sea de ternura ante auténticos desafueros si se produjeran en cualquier orden de la vida civil. Es por ello que la sensata reivindicación de los empresarios mas pegados a la sociedad real, los de las plazas de segunda y tercera, y alguno de primera pero sin el pedigrí de la aristocracia taurina, no tenga visos resolubles; ni ahora, ni mañana, ni nunca. Piden no ser los responsables de la carga e ingreso -con su dosis de burocracia y gasto administrativo- de las cuotas de la seguridad social, principalmente, de los subalternos, puesto que ni ellos los contratan ni tienen ninguna ascendencia sobre los mismos para el desarrollo de la labor con arreglo a los criterios del empresario. Entre otras cosas, no pasa de una denuncia testimonial por: Uno: ser un tema en el que los subalternos se agarran como clavo ardiendo para defender, al menos, su cotización social bajo el argumento de la inmadurez de la mayoría de los toreros como para ser cabeza de una pequeña empresa. Dos: por que los colegas -empresarios de empaque de cartón piedra, de voz engolada y petulante cuando no arrogante- están muy cómodos como generales del ejército numeroso y unido por la tabla rasa del salario único de los subalternos, utilizándoles, o utilizándose mutuamente, para puentear a los toreros: el ejército de Pancho Villa. El toro y la extraña familia. Tan extraña que nadie le para bola, ni para lo sensato ni para lo insensato. En una sociedad en continua transformación el toreo es como el tonto andando por la linde: termina la linde y sigue el tonto… y nadie se extraña, a lo mejor hasta se ríen. En este toreo sin vertebrar Maribel y la extraña familia se confunden para ser todo uno.
La mayoría, la sociedad, ve a "esto que le llaman el toro, o los toros" con cierto enigma…. y traga; otros, con estupor y…. pasan; y hay quien, antes que extrañeza, argumenta con bondad la singularidad del sector. Maribel, según Mihura, fue lo que fue, prostituta, por que la sociedad la impedía, con su mirada impura y contaminante, llegar a lo que quería ser. Un poco como la tauromaquia con las Instituciones y Administraciones. Y quizá por ello "la mirada del otro" (doña Pura y doña Matilde, el amortizado de lentejuela y códigos de comportamientos cifrados), esa mirada, sea de ternura ante auténticos desafueros si se produjeran en cualquier orden de la vida civil. Es por ello que la sensata reivindicación de los empresarios mas pegados a la sociedad real, los de las plazas de segunda y tercera, y alguno de primera pero sin el pedigrí de la aristocracia taurina, no tenga visos resolubles; ni ahora, ni mañana, ni nunca. Piden no ser los responsables de la carga e ingreso -con su dosis de burocracia y gasto administrativo- de las cuotas de la seguridad social, principalmente, de los subalternos, puesto que ni ellos los contratan ni tienen ninguna ascendencia sobre los mismos para el desarrollo de la labor con arreglo a los criterios del empresario. Entre otras cosas, no pasa de una denuncia testimonial por: Uno: ser un tema en el que los subalternos se agarran como clavo ardiendo para defender, al menos, su cotización social bajo el argumento de la inmadurez de la mayoría de los toreros como para ser cabeza de una pequeña empresa. Dos: por que los colegas -empresarios de empaque de cartón piedra, de voz engolada y petulante cuando no arrogante- están muy cómodos como generales del ejército numeroso y unido por la tabla rasa del salario único de los subalternos, utilizándoles, o utilizándose mutuamente, para puentear a los toreros: el ejército de Pancho Villa. El toro y la extraña familia. Tan extraña que nadie le para bola, ni para lo sensato ni para lo insensato. En una sociedad en continua transformación el toreo es como el tonto andando por la linde: termina la linde y sigue el tonto… y nadie se extraña, a lo mejor hasta se ríen. En este toreo sin vertebrar Maribel y la extraña familia se confunden para ser todo uno.
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