El toreo anda sumido en tardes de mitos vivientes, en cuyas tauromaquias pesa más el pasado nostálgico que la realidad del momento y la profesión de fe por encima de evidencias; el aura eclipsa el rigor del análisis. Ocurrió, y se le sigue añorando, con Romero y algo -una elite más poética que taurina- con Paula. Ahora toca José Tomás. El toreo nació desnortado, invertebrado; y así sigue, y así le va. El toreo carece de "memoria histórica" y no honra a sus muertos -en esencia a aquellos caídos en acto de servicio-, salvo el período, corto, de mistificación hasta la fecha de caducidad para el recuerdo.
El fatalismo, que en el toreo es un activo lícito, por cuanto es la autentificación de la verdad de "las cinco de la tarde", está siendo utilizado de forma oportunista, resucitando mitos por la variante de una supuesta similitud -impostora- con los mitos vivientes institucionalizando "la tarde de los muertos vivientes" cada 28 o 29 de agosto, según interese, en Linares, desde la reaparición de José Tomás en homenaje a ¿"su espejo"? Manolete. (El verdadero homenaje a El Califa fue en fecha cabalística, día 28, por supuesto, del L aniversario, y lo protagonizó Enrique Ponce al matar una corrida de Miura que era el hierro lidiado por Manolete la infausta tarde del año 47, pero su olvido entra en el capítulo de la nula memoria histórica del toreo como consecuencia de la marea puntual y sobre todo desde el desprecio al TORO, que es el santo y seña del toreo en el último medio siglo).
El sábado pasado se cumplieron 23 años de la muerte, en la plaza de toros de Colmenar Viejo (Madrid) , de José Cubero Yiyo, a los veinte años de edad pero con una trayectoria consumada y una proyección solo referenciada en Joselito (El Gallo) -Granero era, a penas, un apunte- con todo mi respeto y admiración para Manolete (cuya última etapa fue guadianesa y apuntaba jubilación, efímera o permanente, según cuentan sus íntimos, de no haber ocurrido el lamentable suceso de Linares) y también para Paquirri -otro gran olvidado, injustamente, por el toreo- que podría haber remedado al Monstruo en su retirada si la tarde de Pozoblanco hubiera resultado feliz y no infausta. Yiyo, no; murió en el levante y no en el poniente. Yiyo fue la semilla de una pléyade de toreros y figuras que han salido de la prolífica Escuela de Madrid.
Yiyo es el estandarte de la independencia del torero ante la opresión de las exclusivas fomentadas por la gran patronal que hacía del maletín su uso y abuso (rechazó una oferta suculenta de Manolo Chopera para seguir al lado de su mentor, Tomás Redondo, con la represalia consiguiente subsanada con su espada y su muleta en una sustitución en San Isidro, de obligado cumplimiento, por parte del empresario vasco, a la sazón regente de Las Ventas). Como torero basta reproducir algunos pasajes de la crónica de esa tarde firmada por Joaquín Vidal en El País después de su actuación; corría el año 83, al filo de los dieciocho años de edad y que por su valor se reproduce en recuadro adjunto. Yiyo es, por tanto, 23 años después, un ejemplo en vigor para poner en valor, no menos que ninguno de los héroes muertos por la causa, y no ocultarlo. Un minuto de silencio, el sábado pasado, en la plaza de toros de Colmenar, seguido de bullicio y ruido de charanga. Fue, ha sido, todo. Ni una línea más que la reseña del dato, y no en todos los medios. Ni siquiera en aquellos especializados que viven de la publicidad de los toreros (un muerto no genera banners). Responsabilidad colectiva de el toreo en su olvido, y de los mitos actuales que egoístamente se refugian en la leyenda antigua -por mor de la competitividad en la egoísta pretensión absolutista del protagonismo de la historia del toreo- despreciando lo contemporáneo.
Únanse, igualmente, la de las instituciones: Comunidad de Madrid, Escuela de Tauromaquia de Madrid y Fundaciones de Joselito y Juli; además de los diferentes gremios profesionales y las pandillas de abonados y aficionados -la Mesa del Toro también- cuya vocación no es otra que pintar la mona: unas, unos, otras y otros. Reprobable la del alcalde de Colmenar, figurón del Centro Taurino de la CAM, y la del empresario designado por el dedo del alcalde que, curiosamente, es el mismo que el prorrogado por Esperanza y el mariachi de González con tintes de vitalicio en La Monumental. Que sepan, todos y todas, que acuñado quedó: "aquellos que ignoran la realidad de su historia o la manipulan están condenados a repetirla" (más o menos); incluso a sufrirla en sus carnes, o en las de los suyos. A quien corresponda.
Yiyo en la memoria y en la historia, por y para siempre. Sin fecha de caducidad.
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