"Enrique Ponce es el auténtico ejemplo a seguir y no otros. Ahí está su currículum vitae"
Los toros son algo más que dos horas y media de espectáculo y derechazos y naturales. La sombra de la corrida y sus circunstancias es alargada, y se proyecta más allá del redondel.
Valencia y Castellón han echado la persiana. Con pocas turbulencias, ambas, en cuanto a oscilaciones de valores taurinos ya establecidos. De cara a un futuro inmediato cada uno queda en su sitio, en el ruedo y en la calle. Importante la calle, que hace tiempo la mayoría la tienen perdida. Por ello no es casualidad que Ponce, sea Ponce, dentro y fuera, y Perera, el gran triunfador de Castellón y la temporada 2008, sea un hombre cercano; le falta la tv (generalista), pero está en el camino. O al menos estaba, por que el síndrome intimista de José Tomás o el sectario de medios y círculos exclusivos parece hacer estragos a los primeros síntomas de estar en figura, detectado por movimientos de peñas, clubes y aficionados que empiezan a agobiar y el torero en vez de sentirse halagado torna en molesto. Craso error. Ponce es el ejemplo a seguir y no otros. Ahí está su capital curricular como torero, su cuenta corriente, y su don de gentes, sin que sus continuas apariciones televisivas con el traje de luces le hayan quemado. Son veinte años en primera línea, ni su cuida- do en aparecer en la vida social le haya convertido en pin,pan,pum del colorín.
Ponce, como gran triunfador de Fallas, tiene el plus a su favor, cara al público y al aficionado, en que su magistral faena al toro de Garcigrande la vieron cerca de un millón de espectadores entre los de casa (Valencia), Andalucía, Castilla la Mancha y más de media España taurina a través de los operadores de satélite que, y no hemos hecho más que empezar la temporada, en sitios como la Comunidad de Madrid sustituyen a los dos juguetes en forma de canal televisivo de doña Esperanza Aguirre que sin embargo no renuncia a embolsarse todos los años 1.000 millones de las antiguas pesetas a costa del toro sin más reversión que ladrillos y cemento, en constantes reformas de la plaza, aliviando el presupuesto de Patrimonio que es a quien correspondería. Vamos, en el tipo de la casa: le va más un constructor que un torero. Visto lo visto en el Levante español, la televisión, de forma indiscriminada y total, es la que está pidiendo a gritos José Tomás para que su toreo clásico y profundo, exquisito y elegante, de empaque y composición, de verdad serena, oliendo a cloroformo lo justo o menos, tenga mayor y más sólido quórum que el tomasismo militante que parece perder vigor (como los paisanos de a pie o Antena 3 y Telecinco, los telediarios de la 1, también) cuando no hay volteretas, sangre, o cercanía de drama en fase de tragedia. Es período, pues, más que de mutación de vuelta a los orígenes que catapultaron su prestigio entre la profesión, crítica y aficionados aglutinando un ambiente popular in crescendo basado en un extraordinario torero frenado en seco el día que trocó, voluntariamente (solo o en compañía de otros) en un apunte de genio extraterrestre; mixtura entre lo heroico y lo kamikaze. Facturas que se pagan a 30, 60, 90 o 180, o más, pero que al final se pagan. Es el caso de El Juli, maduro y muy hecho, consolidado como gran figura y un seguro de éxito cada tarde pero de eco discreto, tal que en Fallas. Por que mientras se agotan, hasta hacerse tópicos, los calificativos de la crítica: firmeza, seguridad, rotundidad, mando y dominio absoluto, tiene como asignatura pendiente volver a ganar la calle: el pueblo. Como en sus inicios, pero con sus argumentos de hoy como torero cuajado y no como púber avanzado en tauromaquia, casi prodigio. No es difícil: de él depende. Es solamente volver a abrirse a la sociedad común y civil, sin renunciar a su evolución como gran maestro. Castella es otro de los toreros cuya proyección como figura para todos los públicos dejó a mitad de camino optando por la tauromaquia asceta. Su obsesión por satisfacerse a sí mismo, ¡a puro cojón!, más que depurar el arte de torear, no le ha valido para que su esfuerzo de Valencia haya repercutido, social y taurinamente, más allá de las dos de la madrugada del domingo de autos al lunes en que concluyen los programas radiofónicos taurinos de cabecera. Era la tarde que toreaba José Tomás, y se cambiaron los papeles con nulidad de repercusión: el arrimón de Castella sí le hubiera valido al de Galapagar para cortar la segunda oreja, poner su carga dramática y activar los resortes de las televisiones en su plano más sensacionalista. Y las suaves, ligadas y templadas faenas del madrileño, en manos del francés, le hubieran valido a éste para ampliar el concepto único con el que hoy se le define: valiente, ¡muy valiente!, poco más. El grado admirativo de suicida y poner en valor positivo el aislamiento social está hipotecado, en exclusiva, por su tronco y colega: "bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán mis defectos". Barbas a pelar, para que otros, Talavante, por ejemplo, pongan las suyas a remojar.
Manzanares ha comenzado, taurinamente con mucha tibieza, e igualmente está en ese momento, peligroso, que parece ser moda (¡dónde va Vicente….!), obviando pasear por la calle mayor, atestada de gente, sus tardes de triunfo, que palian otras grises como las de Valencia y Castellón, para pasar y posar por el reducto selectivo de un supuesto glamour que tiene como prioridad su masculinidad belleza antes que su renacentista tauromaquia apuntalada en un valor natural y una elegancia innata. Ese es el campo acotado, sin rivalidad posible, para Cayetano, cuyo toreo, técnicamente, no evoluciona; dejándole su coraje, raza y genética a merced de los animales, para que en días en que la Providencia está de guardia, la medalla sea de oreja incruenta, antes que sangrienta de cornada pregoná. Atalaya vedada incluso para su hermano Francisco y también para El Cordobés: los ¿mediáticos?, cuyo espectro público es más amplio y heterogéneo, de mayor empatía y menor sofisticación, argumentos para corta ambos una oreja, en Fallas, de Pueblo, y a plaza llena. (¡Ojo!, Pueblo, así, con mayúsculas. Respeto, al público y a los toreros). Valga el diagnóstico par El Fandi, que cambia lo mediático por lo espectacular. Fue el único torero, tras Ponce, en cortar dos orejas de un solo toro. Poco van a mover estas dos ferias levantinas. Sin que las sorpresas agradables del debutante Ruben Pinar y el doctorado Abel Valls vayan a romper moldes; si salen con ambiente favorable que tendrán que revalidar tarde a tarde, cada uno en su línea de la parrilla de salida y a marchetas diferentes. Como contrapunto, si acaso hay un torero que haya podido subir el papel de su cotización, en cuanto a animar su bolsa de contratación, más que caché, es Aparicio con su actuación fallera. El arte, solo rezumar, puede valer media vuelta a España toreando, más que para algunos dos orejas en Las Ventas. Los toros son algo más que dos horas y media de espectáculo y derechazos y naturales. La sombra de la corrida y sus circusntancias es alargada, y se proyecta más allá del redondel.
Ponce, como gran triunfador de Fallas, tiene el plus a su favor, cara al público y al aficionado, en que su magistral faena al toro de Garcigrande la vieron cerca de un millón de espectadores entre los de casa (Valencia), Andalucía, Castilla la Mancha y más de media España taurina a través de los operadores de satélite que, y no hemos hecho más que empezar la temporada, en sitios como la Comunidad de Madrid sustituyen a los dos juguetes en forma de canal televisivo de doña Esperanza Aguirre que sin embargo no renuncia a embolsarse todos los años 1.000 millones de las antiguas pesetas a costa del toro sin más reversión que ladrillos y cemento, en constantes reformas de la plaza, aliviando el presupuesto de Patrimonio que es a quien correspondería. Vamos, en el tipo de la casa: le va más un constructor que un torero. Visto lo visto en el Levante español, la televisión, de forma indiscriminada y total, es la que está pidiendo a gritos José Tomás para que su toreo clásico y profundo, exquisito y elegante, de empaque y composición, de verdad serena, oliendo a cloroformo lo justo o menos, tenga mayor y más sólido quórum que el tomasismo militante que parece perder vigor (como los paisanos de a pie o Antena 3 y Telecinco, los telediarios de la 1, también) cuando no hay volteretas, sangre, o cercanía de drama en fase de tragedia. Es período, pues, más que de mutación de vuelta a los orígenes que catapultaron su prestigio entre la profesión, crítica y aficionados aglutinando un ambiente popular in crescendo basado en un extraordinario torero frenado en seco el día que trocó, voluntariamente (solo o en compañía de otros) en un apunte de genio extraterrestre; mixtura entre lo heroico y lo kamikaze. Facturas que se pagan a 30, 60, 90 o 180, o más, pero que al final se pagan. Es el caso de El Juli, maduro y muy hecho, consolidado como gran figura y un seguro de éxito cada tarde pero de eco discreto, tal que en Fallas. Por que mientras se agotan, hasta hacerse tópicos, los calificativos de la crítica: firmeza, seguridad, rotundidad, mando y dominio absoluto, tiene como asignatura pendiente volver a ganar la calle: el pueblo. Como en sus inicios, pero con sus argumentos de hoy como torero cuajado y no como púber avanzado en tauromaquia, casi prodigio. No es difícil: de él depende. Es solamente volver a abrirse a la sociedad común y civil, sin renunciar a su evolución como gran maestro. Castella es otro de los toreros cuya proyección como figura para todos los públicos dejó a mitad de camino optando por la tauromaquia asceta. Su obsesión por satisfacerse a sí mismo, ¡a puro cojón!, más que depurar el arte de torear, no le ha valido para que su esfuerzo de Valencia haya repercutido, social y taurinamente, más allá de las dos de la madrugada del domingo de autos al lunes en que concluyen los programas radiofónicos taurinos de cabecera. Era la tarde que toreaba José Tomás, y se cambiaron los papeles con nulidad de repercusión: el arrimón de Castella sí le hubiera valido al de Galapagar para cortar la segunda oreja, poner su carga dramática y activar los resortes de las televisiones en su plano más sensacionalista. Y las suaves, ligadas y templadas faenas del madrileño, en manos del francés, le hubieran valido a éste para ampliar el concepto único con el que hoy se le define: valiente, ¡muy valiente!, poco más. El grado admirativo de suicida y poner en valor positivo el aislamiento social está hipotecado, en exclusiva, por su tronco y colega: "bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán mis defectos". Barbas a pelar, para que otros, Talavante, por ejemplo, pongan las suyas a remojar.
Manzanares ha comenzado, taurinamente con mucha tibieza, e igualmente está en ese momento, peligroso, que parece ser moda (¡dónde va Vicente….!), obviando pasear por la calle mayor, atestada de gente, sus tardes de triunfo, que palian otras grises como las de Valencia y Castellón, para pasar y posar por el reducto selectivo de un supuesto glamour que tiene como prioridad su masculinidad belleza antes que su renacentista tauromaquia apuntalada en un valor natural y una elegancia innata. Ese es el campo acotado, sin rivalidad posible, para Cayetano, cuyo toreo, técnicamente, no evoluciona; dejándole su coraje, raza y genética a merced de los animales, para que en días en que la Providencia está de guardia, la medalla sea de oreja incruenta, antes que sangrienta de cornada pregoná. Atalaya vedada incluso para su hermano Francisco y también para El Cordobés: los ¿mediáticos?, cuyo espectro público es más amplio y heterogéneo, de mayor empatía y menor sofisticación, argumentos para corta ambos una oreja, en Fallas, de Pueblo, y a plaza llena. (¡Ojo!, Pueblo, así, con mayúsculas. Respeto, al público y a los toreros). Valga el diagnóstico par El Fandi, que cambia lo mediático por lo espectacular. Fue el único torero, tras Ponce, en cortar dos orejas de un solo toro. Poco van a mover estas dos ferias levantinas. Sin que las sorpresas agradables del debutante Ruben Pinar y el doctorado Abel Valls vayan a romper moldes; si salen con ambiente favorable que tendrán que revalidar tarde a tarde, cada uno en su línea de la parrilla de salida y a marchetas diferentes. Como contrapunto, si acaso hay un torero que haya podido subir el papel de su cotización, en cuanto a animar su bolsa de contratación, más que caché, es Aparicio con su actuación fallera. El arte, solo rezumar, puede valer media vuelta a España toreando, más que para algunos dos orejas en Las Ventas. Los toros son algo más que dos horas y media de espectáculo y derechazos y naturales. La sombra de la corrida y sus circusntancias es alargada, y se proyecta más allá del redondel.
1 comentario:
Me alegro de encontrarte por aquí...!
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